¿Cuál será el apellido del bebé? No necesariamente el del padre

Cuando Judy Pellarin tuvo a sus hijas hace tres décadas, ella y su esposo les pusieron el apellido de ella en lugar del de él. Una generación después, sus hijas también rompieron con la tradición: una le puso a su hija su apellido y la otra creó uno nuevo que combina los segundos nombres de ella y de su esposo.

Aunque algunas familias se han alejado de la tradición patrilineal durante décadas, siguen siendo parte de una minoría reducida. Aun cuando han cambiado tantas normas de género desde que Pellarin registró a sus hijas, la tradición de ponerles a los bebés el apellido de los padres sigue siendo tan arraigada que es casi incuestionable.

No obstante, la familia estadounidense ya tiene un aspecto distinto en otros sentidos. Hace 50 años, la mayoría de los adultos menores de 50 años estaban casados y criaban a sus hijos como una pareja; esa ya no es la norma entre los adultos estadounidenses. Cada vez es más frecuente que los padres no estén casados o estén divorciados, que sean parejas del mismo sexo o parejas interétnicas.

Estos cambios dificultan la tradición patrilineal, según los padres que han adoptado una estrategia diferente. Muchos unen sus apellidos con un guion. Algunos toman decisiones menos comunes, como ponerles a sus hijos el apellido de la madre o inventar juntos uno nuevo. Para algunas personas, es un rechazo a la norma patriarcal. Para otras, se trata de mantener los lazos con su herencia o etnia, o se debe a que los padres no estuvieron involucrados en la crianza de los hijos.

No hay datos a nivel nacional acerca de cuántos padres les han puesto a sus hijos otro apellido que no sea el del padre, pero la información sobre el apellido que eligen las parejas al casarse da a entender que no es frecuente. Este año, una encuesta del Centro de Investigaciones Pew reveló que, de los hombres en matrimonios con una persona del sexo opuesto, el 5 por ciento adoptó el apellido de su esposa y menos del 1 por ciento unió sus apellidos con un guion.

Cuatro de cada cinco mujeres adoptan el apellido de su esposo al casarse. Es más probable que quienes no lo hacen sean liberales, tengan un nivel educativo mayor o sean hispanas; y es más probable que esta minoría tome decisiones menos convencionales con los apellidos de sus hijos, según las investigaciones.

La tradición patrilineal surgió, de acuerdo con Charlotte Patterson, profesora de Psicología en la Universidad de Virginia, como un reconocimiento de que “los padres eran la cabeza de la familia y, cuando nombraban a sus hijos con su apellido, se daba por sentado que se trataba de un nacimiento legítimo y que el hijo podía heredar sus bienes”.

Aun cuando dichas razones se volvieron menos relevantes, señaló Patterson, “puesto que tenemos esta costumbre tan arraigada, creo que mucha gente lo hace sin considerar ninguna otra alternativa”.

A lo largo de la historia, los niños no recibían los apellidos de sus padres de manera automática, y las costumbres varían en otras partes del mundo. En el Reino Unido, hasta el siglo XVIII, los apellidos eran fluidos y era habitual que los niños tuvieran el apellido de su madre o de su abuela, explicó Deborah Anthony, profesora de estudios jurídicos de la Universidad de Illinois en Springfield, quien estudia el género en el derecho familiar. (El apellido de su hijo lleva guion).

Para Pellarin, se trataba de mantener la conexión con su herencia y con el “pueblito del norte de Italia lleno de Pellarin” del que procedía su abuelo. Su esposo no era cercano con su padre, por lo que le importaba menos preservar su apellido.

Para su hija Kelsey, de 34 años, quien es terapeuta en Durham, Carolina del Norte, idear un nombre nuevo que combinara los apellidos de su familia y la de su esposo “parecía más igualitario”, afirmó Pellarin. La hija de Kelsey, de 4 años, se llama Sage Meriyah, una combinación de sus segundos nombres, Marie y Mayer. Además, los padres también tienen previsto cambiar sus apellidos de manera legal y ya son conocidos socialmente como la familia Meriyah.

En la familia de Erin, la otra hija de Pellarin, los tres hijos tienen apellidos diferentes, como sucede en muchas familias mixtas. Ambos padres tienen un hijo de una relación anterior con el apellido del padre y la hija de Erin tiene el suyo.

“Es un dilema moderno”, aseveró Lorelei Vashti, autora de How to Choose Your Baby’s Last Name: A Handbook for New Parents. (Sus hijos tienen un apellido nuevo, una combinación de los de sus padres). “Cuando hablas sobre qué apellido debe tener el bebé, hablas de tradición, de feminismo, de tus valores y de política”.

Los padres del mismo sexo, sin tradición patrilineal a la cual recurrir, están a la vanguardia. Patterson descubrió que lo más frecuente es que unan sus apellidos con un guion. Cuando Sheena Lister y Amelia Mostovoy tuvieron a Florence, que ahora tiene 3 años, le pusieron el apellido Mostovoy porque Lister había dado a luz y Mostovoy era la última de su familia en transmitir su apellido.

No obstante, cuando nació su segundo hijo, Kaplan, que ahora tiene 1 año, se decidieron por una combinación de sus apellidos, Listevoy, y luego también se lo cambiaron a Florence.

“Hacer una combinación de apellidos nos pareció lo correcto, ya que no tenemos un matrimonio o una familia tradicional y queríamos honrar nuestros dos apellidos”, dijo Mostovoy, podóloga que vive en San Francisco.

Kaitlin Bushinski, de Filadelfia, combinó su apellido con el de su esposo, Conkwright. Vetaron algunos por cómo sonaban —como Conkshinski, que se convirtió en el nombre de su red wifi— y se decidieron por Bright.

“Para mí es como una supresión, como un vestigio de cuando las mujeres eran propiedad”, dice. “Cuando me enteré de que estaba embarazada de una niña, sentí que realmente no quería que tuviera el apellido de un hombre, ni el de mi padre, ni el de mi esposo”.

Juniper Bright tiene 3 años. Bushinski y su esposo están separados; si se divorcian, piensa cambiar su apellido por Bright para que coincida con el de su hija.

En muchos países hispanohablantes, un niño recibe dos apellidos, uno de cada progenitor. Eugenia Moliner Ferrer, música de River Forest, Illinois, nació en España y quiso seguir la tradición cuando tuvo a su hijo. Ella y su esposo, Denis Azabagic, le pusieron cada uno un apellido a su hijo, Alexander Moliner Azabagic, de 18 años.

“Agradezco el hecho de que nuestro hijo lleve con orgullo mi apellido antes que el de su padre”, dijo Moliner Ferrer.

En Estados Unidos, lo más común es usar el guion. Maxim Kostylev y su esposa, Anne Otwell, ambos científicos en Washington D. C., unieron sus apellidos con un guion para Dimitriy, de 4 años, y Amira, de 8 meses, porque querían representar el linaje de ambos. Él nació en Moldavia cuando formaba parte de la Unión Soviética y la familia de ella es de ascendencia judía.

El apellido Otwell fue primero, señaló Kostylev, porque era más fácil de pronunciar y “la madre le dedica mucho más de sí misma a la creación y crianza temprana del niño”, explicó.

Muchos padres dijeron que la logística de tener nombres diferentes —como en la escuela o cuando se viaja— no había sido un gran obstáculo. Para algunos, las dudas habían sido bienvenidas. Susannah Rooney y Kyle Loescher, de South Bend, Indiana, pusieron a su primer hijo su apellido (con el de ella como segundo nombre), e hicieron lo contrario con el segundo. Beckett Rooney Loescher tiene 5 años, y Goldie Loescher Rooney, 1.

“Parece que confunde a algunas personas, pero a mí me encanta”, afirma Rooney, abogada. “En realidad eso consolida aún más la decisión, porque me gusta que estemos ayudando a normalizar diferentes convenciones de nomenclatura”.

Desde hace tiempo, una manera que tienen los padres de incluir el linaje de la madre es ponerles a los hijos el apellido de esta como segundo nombre. Jen Burkey y Mike Abrahamson, quienes viven en Chicago, fueron más allá. Charles Burkey, de 2 años, tiene un primer nombre por parte del padre y el apellido por parte de la madre.

Jen Burkey fue criada por sus abuelos desde que tenía 5 años, “y aunque él no los conocerá, agradezco que el nombre le sirva de vínculo”, dijo Burkey.

Jessica Miller, de Portland, Oregón, también quiso honrar a una abuela cuando registró a su hijo, que ahora tiene 8 años. El niño lleva el apellido de su padre y el apellido de ella como nombre: Miller Jobe.

Le puso el apellido de su abuela paterna, quien fue madre soltera de cuatro hijos en la década de 1950. En esa época, su abuela retomó su apellido de soltera, Miller, fue a la universidad y se hizo bibliotecaria. El padre de Miller, que entonces tenía 20 años, se cambió el apellido por el de su madre en un gesto de solidaridad.

Cuando nació su hijo, Miller no estaba casada con el padre del niño, y “me pareció correcto darle a él también una parte de mi familia, de manera equitativa”, dijo. (Aunque en ocasiones la gente pregunta: “¿Se llama Miller Miller?”).

Aunque los nombres poco tradicionales siguen siendo poco frecuentes, los padres creen que ahora tienen más opciones. Cuando JoAnne Van Tuyl, profesora de Carrboro, Carolina del Norte, se casó en 1982 y conservó su apellido, ella y su esposo llegaron a un acuerdo: los hijos llevarían el apellido de él y las mascotas el de ella. Su hija se apellida Gottschalk. Sus dos perros, seis gatos, una cacatúa, dos cobayas, tres cangrejos ermitaños y algunos peces de colores han sido todos Van Tuyl.


Claire Cain Miller escribe sobre género, familias y el futuro del trabajo para la sección The Upshot. Se unió al Times en 2008 y formó parte de un equipo que ganó el Pulitzer al servicio público en 2018 por informar sobre temas de acoso sexual en el lugar de trabajo. Más de Claire Cain Miller